- Fundación TOVPIL

- 10 oct
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La persona sabia
Quien se ha vaciado de sí mismo es un sabio.
El que se vacía de sí mismo experimenta la misma sensación lenitiva que cuando desaparece la fiebre alta: descanso y refrigerio, justamente porque el “yo” es llama, fuego, fiebre, deseo, pasión.
La presencia de sí es perturbada normalmente por los delirios del “yo”. Pero, una vez eliminado el “yo”, el sabio adquiere plena presencia de sí, y va controlando cuanto ejecuta, al hablar, al reaccionar, al caminar.
Por este sincero y espontáneo abandono de sí mismo y de sus cosas, la verdadera persona sabia, una vez libre de todas las ataduras apropiadoras del “yo”, se lanza sin impedimento en el seno profundo de la libertad. Por eso, una vez que ha conseguido experimentar el vacío mental, el sabio llega a vivir libre de todo temor y permanece en la estabilidad de quien está más allá de todo cambio.

Y así, el pobre y desposeído, al sentirse desligado de sí mismo, va entrando lentamente en las aguas tibias de la serenidad, humildad, objetividad, benignidad, compasión y paz. Como se ve, nos encontramos ya en el corazón de las Bienaventuranzas.
Por eso las personas sabias respetan todo, veneran todo, de tal manera que en su interior no dan curso libre a actitudes posesivas ni agresivas. Son sensibles hasta sentir como suyos los problemas ajenos. No juzgan, no presuponen, nunca invaden el santuario de las intenciones. Sus entrañas están tejidas de fibras delicadas, y su estilo es siempre de alta cortesía. En suma, son capaces de tratar a los demás con la misma reverencia y comprensión con que se trata a sí mismo. Aman al prójimo como a sí mismo.
Extractado de Del sufrimiento a la paz de P. Ignacio Larrañaga




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