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    Fundación TOVPIL
  • 18 feb 2022
  • 2 Min. de lectura

La dimensión humanizante de la oración


Lo divino y lo humano van tomados de la mano. Toda promoción divina, humaniza. Por su propia estructura, el ser humano está condicionado para poner en marcha un proyecto divino que, a su vez, lo pone en proceso de una sublime humanización.


Ahora bien, ¿de dónde y cómo le viene a la oración su dimensión humanizante? Comencemos a ver.


La raíz de todas las desgracias es ésta: el hombre proyecta ante sí mismo y para sí mismo la imagen de su persona. Una cosa es lo que soy y otra, lo que imagino ser. Este imagino ser (imagen) se le transforma al hombre en objeto de adhesión y devoción (apropiación)


Pero esa imagen es fantasía, ficción, una loca quimera, una vibración inútil que persigue y obsesiona. Y el ego, acaba por transformarse en madre de todos los miedos y temores, las ansiedades y tristezas, rencores, envidias, aversiones…


Ahora bien; una fuerte experiencia de Dios destroza la columna vertebral, el núcleo central del ego. La Presencia Envolvente absorbe o succiona el “yo”, neutraliza la adhesión a la imagen y el ego deja de ser el centro.

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Con ello se sueltan las apropiaciones y adherencias, y amanece la Gloriosa Libertad de los hijos de Dios, nace el encanto de la vida, las ganas de vivir, la calidad de la vida, la paz, el descanso, la capacidad de amar en sus mil formas y maneras, la posibilidad de devolver bien por mal, amar a los no amables, aceptar a los difíciles, perdonar las ofensas, comprender a los conflictivos, solidarizar con los marginados.


Ya estamos sumergidos en la dimensión humanizante.


Cuánto más profundo es el encuentro, la presencia de Dios comienza a hacerse presente, a impactar, iluminar e inspirar a la persona en sus realidades más profundas como son el inconsciente, los impulsos, los reflejos, los criterios…


Y de esta manera va realizándose, en círculos concéntricos cada vez más amplios, la divinización de la humanidad y la humanización de Dios por medio de la oración.


El torrente de amor que es Dios arrastró consigo los delirios, las locuras, las preocupaciones artificiales y las pasiones inútiles; y el hombre, por fin, se libra de la agonía mental y de la angustia. Este hombre se mueve y combate en el mundo, pero su morada está en el Reino de la Paz. Esta es la dimensión humanizante de la oración.


Extractado de las Charlas de las Semanas de Culminación

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