Humildad, hoy
La humildad es una moneda devaluada, una palabra que poco o nada dice a nuestros oídos y que, por eso mismo, hoy día está fuera de circulación.
Comencemos, pues, desde el primer momento por desentrañar su contenido:
El humilde no se avergüenza de sí
ni se entristece;
no conoce complejos de culpa ni
mendiga autocompasión;
no se perturba ni encoleriza,
y devuelve bien por mal;
no se busca a sí mismo,
sino que vive vuelto hacia los demás.
Es capaz de perdonar
y cierra las puertas al rencor.
Un día y otro día el humilde aparece
ante todas las miradas vestido de
dulzura y paciencia,
mansedumbre y fortaleza,
suavidad y vigor,
madurez y serenidad.
Y, sin posible cambio, habita permanentemente en la morada de la paz; y las aguas de sus lagos interiores nunca son agitadas por las olas de los intereses, ansiedades, pasiones o temores. Las cuerdas de su corazón pulsan al unísono, como melodías favoritas, los verbos desaparecer, desapropiarse, desinstalarse, desinteresarse. Le encanta vivir retirado en la región del silencio y el anonimato. El humilde respeta todo, venera todo; no hay entre sus muros actitudes posesivas ni agresivas. No juzga, no presupone, nunca invade el santuario de las intenciones. Es sensible hasta sentir como suyos los problemas ajenos, y su estilo es de alta cortesía. En suma, es capaz de tratar a los demás con la misma comprensión con que se trata a sí mismo.
Nos hallamos, pues, en el corazón de las Bienaventuranzas, en la cumbre misma del
Sermón de la Montaña. El camino de la humildad siempre aterriza en la meta del Amor.
“Humildad”, Ignacio Larrañaga, Semanas de Culminación 2012-2013