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Novedades Fundación TOVPIL

Sembrar y morir


—Todo comenzará —respondió el Pobre—. La condición que el Padre me pide es mi sacrificio. Una vez consumada mi inmersión en las aguas de la muerte, en el mismo instante, la planta levantará cabeza y comenzará a escalar alturas. ¿Recuerdan cuántas veces les hablé del grano de trigo? Si no cae en tierra, permanece estéril; si muere, da mucho fruto. Mi vida como sembrador ha sido precaria. La siembra ha terminado, ahora me corresponde desaparecer.


—Maestro —protestó Pedro—, bien podría haber evitado entrar en conflicto con las autoridades.

—En la hora de mayor peligro —agregó Juan— pudiste haber salido del circulo de fuego, y haberte alejado a las alturas de Golán o perderte en los montes Gelboé.

—Una vez que los indicadores del Padre —respondió Jesús— me advirtieron que el centro de gravedad de mi misión seria mi propio martirio, y una vez que la advertencia se convirtió́ en convicción, mi impaciencia pone alas a mis pies. ¡Con un bautismo tengo que ser bautizado! Y como me siento impaciente y cuanto ansío que se precipite el desenlace final. Dentro de pocos días subiremos a Jerusalén, y en el momento señalado se encenderá́ la pira del martirio. Ya está sembrada la semilla, ¿para qué esperar más?


Y acabó diciendo el Pobre: —Tengo ganas de depositar mi vida en las manos del Padre, como una ofrenda máxima de amor y como precio de rescate. A veces me parece no entender nada, pero aun así́ solo sé una cosa: mi Padre guía la nave, y en sus manos me dejaré llevar a donde quiera, como quiera, cuando quiera. Con los ojos cerrados, y abandonado, entraré en el túnel oscuro y misterioso, aunque no vea ninguna luz hasta el final. Será la obra de mi vida. El drama lo he de cumplir hasta su consumación. El resto lo hará́ el Padre.


Extraído del libro “El Pobre de Nazaret” de padre Ignacio Larrañaga.

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