- Fundación TOVPIL
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El cuerpo de Cristo
Jesús murió a “lo que yo quiero” en Getsemaní para aceptar “lo que Tú quieres”. El “abandonado” muere a la propia voluntad que se manifiesta en tantas resistencias, apaga las voces vivas del resentimiento, apoya su cabeza en las manos del Padre, queda en paz y vive allí, libre y feliz. Viene a ser como esa hostia blanca, tan pobre, tan libre, tan obediente que, ante las palabras consagratorias, se entrega para convertirse en el cuerpo de Cristo. Viene a ser como esas gotitas de agua que se entregan sin resistencia para perderse por completo en el vino del cáliz.

“El abandono engendra un espíritu sereno,
disipa las más vivas inquietudes,
endulza las penas más amargas.
Hay simplicidad y libertad en el corazón.
El hombre abandonado está dispuesto a todo.
Se ha olvidado de sí mismo.
Este olvido es su muerte y nacimiento
en el corazón que se ensancha y dilata” (Bossuet)
Extraído del libro “Muéstrame tu rostro” de padre Ignacio Larrañaga
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