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Con total plenitud
Dios nos ha predestinado para “adherirnos a Él con la total plenitud de nuestro ser”. Plenitud es la experiencia de la integración interior.
Cuando la atención (conciencia) penetra todos los departamentos del edificio humano, podemos decir que la persona está integrada. Lo que está desintegrado nunca está pleno. Cuando el cristiano hace oración (o trata de hacer) en estado disperso, siempre acaba por sentirse frustrado, justamente porque no hizo (ni puede hacer) oración, en ese estado. Siempre nos sale al paso el mismo enemigo: la dispersión.

¿Cómo conseguir la integración? Percibimos nuestra unidad interior cuando nuestra conciencia se hace presente simultáneamente en todas las partes de nuestro ser. Pero sucede que la conciencia no puede estar, al mismo tiempo, en varias partes. Entonces, ¿qué hacer?
Hay que conseguir que la conciencia se haga plenamente presente a sí misma. Y, en ese momento, al estar en silencio todo el ser, notamos que la profundidad de nuestra conciencia se extiende sobre el territorio completo de nuestra persona, integrando todo con su presencia Si la mente retiene el dominio absoluto de sí, quedan integradas todas sus partes.
Extraído del libro “Muéstrame tu rostro” de padre Ignacio Larrañaga
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