- Fundación TOVPIL
- 3 may 2024
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Los sentimientos de culpa
Una cosa es la humildad, y otra, la humillación. La humildad es hija de Dios, y la humillación, hija del orgullo. La humildad es una actitud positiva; la humillación, en cambio, autodestructiva. En el fondo de los complejos de culpabilidad aletea incesantemente aquel binomio de muerte: vergüenza-tristeza. Efectivamente, en su último análisis, los complejos de culpa se reducen a estos dos sentimientos combinados.
Y estos sentimientos se han cultivado deliberadamente entre nosotros, como si se nos dijera: humíllate, castígate, avergüénzate, arrepiéntete, eres un miserable, un rebelde que no merece misericordia. En el fondo, era una tácita invitación a ensañarse en contra de sí mismo por ser pecador; y, como pecador, se merecía el castigo, y, antes de ser castigado por Dios como lo merecían sus pecados, era preferible castigarse (psicológicamente) a sí mismo.
Castigándose uno mismo (mediante los sentimientos de culpa) se tenía la impresión de que se estaba satisfaciendo a la justicia divina y aplacando su ira. Había que hacer penitencia para merecer la misericordia divina, olvidándose de que, aunque se haga penitencia hasta el fin del mundo, la misericordia no se merece, se recibe.

Y ahí vemos a Jesús en los evangelios inventando comparaciones y parábolas para decirnos que, en fin de cuentas, Dios no es nada de lo que nos han metido en la cabeza, sino que, muy al contrario, es ternura y cariño, perdón incondicional, amor eterno y gratuito, que Dios es como el Papá más querido y amante de la tierra, que, para El, perdonar es una fiesta, y que los más frágiles y quebradizos, aquellos que tienen la historia más infeliz en el terreno moral y los últimos, esos son los que se llevan las preferencias del Papá Dios.
Extractado del libro Salmos para la vida de p. Ignacio Larrañaga
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