top of page

Novedades Fundación TOVPIL

Jesús y María

Jesús fue aquel Hijo que desde niño fue observando y admirando en su madre un conjunto de actitudes humanas —humildad, paciencia, fortaleza— que luego las habría de esparcir en forma de exclamaciones en la montaña. Digo esto porque siempre que aparece María en los evangelios lo hace con aquellas características que están descritas en el Sermón de la Montaña: paciencia, humildad, fortaleza, paz, suavidad, misericordia...

Todos nosotros somos, de alguna manera, lo que fue nuestra madre. Una verdadera madre va recreando y formando a su hijo, de alguna manera, a su imagen y semejanza, en cuanto a ideales, convicciones y estilo vital.

Para Jesús debió constituir una impresión muy fuerte el ir, desde sus más tiernos años, observando y admirando —y, sin querer, imitando— aquel silencio, aquella dignidad y paz, aquel no sentirse impresionada por las cosas adversas... de su Madre. Para mí, es evidente que Jesús no hizo otra cosa en la Montaña que diseñar aquella figura espiritual de su Madre que le surgía desde las profundidades del subconsciente, subconsciente alimentado con los recuerdos que se remontaban a sus primeros años. Las bienaventuranzas son una fotografía de María.

Avanzando por entre las penumbras de las páginas evangélicas, vislumbramos un impresionante paralelismo entre la espiritualidad de Jesús y la de su Madre. De estos y otros paralelismos que se encuentran en los evangelios, podríamos deducir que María tuvo una influencia determinante en la vida y espiritualidad de Jesús, que mucho de la inspiración evangélica se debe a María como a su fuente lejana; que la Madre fue una excelente pedagoga, y su pedagogía consistió no en muchas palabras sino en vivir con suma intensidad una determinada espiritualidad, con la cual quedó impregnado su Hijo desde niño, y que, en general, el Evangelio es un eco lejano de la vida de María.

Extractado del libro El Silencio de Maria, de p. Ignacio Larrañaga

bottom of page